Entre 1953 y 1957, Ernest Jones, uno de los primerísimos discípulos de Freud, publicó en tres volúmenes una biografía del médico vienés bajo el nombre de "The Life and Work of Sigmund Freud" (o "Sigmund Freud: Life and Work", según las fuentes).
En 1961, Lionel Trilling y Steven Marcus prepararon una edición abreviada orientada al gran público, y publicada también en tres volúmenes (aunque es posible conseguirlo en un sólo volumen de 688 páginas).
El segundo volumen ocupa el periodo de 1900 a 1919. A continuación os ofrecemos, en dos partes, el primer capítulo de este segundo volumen.
En 1961, Lionel Trilling y Steven Marcus prepararon una edición abreviada orientada al gran público, y publicada también en tres volúmenes (aunque es posible conseguirlo en un sólo volumen de 688 páginas).
El segundo volumen ocupa el periodo de 1900 a 1919. A continuación os ofrecemos, en dos partes, el primer capítulo de este segundo volumen.
EL FIN DEL AISLAMIENTO (1901-1906) [parte 1 de 2]
Durante algunos años —diez, según él— Freud tuvo que soportar y padecer intensamente un aislamiento intelectual que sólo se vio mitigado por el cálido contacto de su familia y por su vida de relación social. No tenía absolutamente a nadie con quien comentar sus novedosos hallazgos, salvo, hasta cierto punto, con su cuñada, Mina Bernays, y en la correspondencia y los ocasionales encuentros con su gran amigo Wilhelm Fliess. Fueron años que él luego denominó de «espléndido aislamiento».
Freud describió más tarde las ventajas de este período: la ausencia total de competencia y de «adversarios mal informados», el no tener que leer o reunir una amplia literatura, tal como tuvo que hacer en el periodo neurológico, dado que en ese nuevo campo que él estaba inaugurando no había nada escrito. En su descripción sin duda idealizaba ese periodo. «Cuando vuelvo la mirada hacia esos años de aislamiento, comparándolos con la confusión y el acosamiento del presente, me da la impresión de haber sido aquélla una era hermosa y heroica». Los sufrimientos y las dificultades por los que entonces había pasado, como llegamos a saber más tarde por la correspondencia con Fliess, parecían haber sido olvidados ahora e incluso, con la perspectiva del tiempo, adquirían un aspecto rosado. El resultado más importante de la dolorosa experiencia de esos diez años fue, quizás, el haber consolidado Freud una actitud mental que habría de constituir luego una de sus más peculiares características: su independencia con respecto a la opinión de los demás.
¿Cuándo llegaron a su fin esos diez años? Tal como la mayor parte de los acontecimientos en la vida de Freud, la emergencia del aislamiento constituyó un proceso gradual. Cada vez aparecían más reseñas de sus obras en las publicaciones de psiquiatría, cosa que hacia el final de la primera década del siglo habría de convertirse en un torrente de extensos comentarios, que en ocasiones alcanzaban centenares de páginas. Hubo, desde el comienzo, algunos signos de interés con respecto a sus métodos, principalmente en los países anglosajones, pero la mayor parte de los mismos, al parecer, no habían llegado a su conocimiento.
Los comienzos de lo que más tarde había de convertirse en la famosa Sociedad Psicoanalítica de Viena, la matriz de tantas otras sociedades posteriores, no fueron enteramente fáciles de dilucidar. Entre los que asistían a las conferencias que daba Freud en la Universidad sobre la psicología de las neurosis hacia fines de siglo se hallaban dos personas, médicos los dos, cuyo interés no se extinguió ahí: Max Kahane y Rudolf Reitler. Este último fue la primera persona que ejerció el psicoanálisis después de Freud. Kahane trabajaba en un sanatorio de psiconeuróticos, pero se limitó al uso de la electricidad y otros métodos usuales de tratamiento; abandonó la Sociedad en 1907. En 1901 mencionó el nombre de Freud a Wilhelm Stekel, señalándolo como un neurólogo que había ideado un método radical de tratamiento de las afecciones neuróticas. Stekel había escrito, por su parte, un artículo en 1895 sobre el coito en la infancia, pero no había oído hablar de Freud en esa época. Stekel, en esa época, padecía de molestos trastornos neuróticos, cuyo carácter no es necesario mencionar aquí, y recurrió a Freud en busca de ayuda. Ésta no se hizo esperar y fue de gran éxito. Stekel mismo refirió que el análisis se prolongó por sólo ocho sesiones, pero esto parece poco probable y yo pude recoger de Freud la impresión de que había durado mucho más. Comenzó a practicar el psicoanálisis en 1903. Era el único que hablaba de Freud utilizando su apellido, en lugar de llamarlo «Herr Profesor». El cuarto de estos primeros discípulos fue Alfred Adler, también un físico (médico) vienés.
En el otoño de 1902 Freud dirigió una tarjeta postal a Adler, Kahane, Reitler y Stekel, sugiriéndoles una reunión en su casa para ocuparse de sus libros trabajados (los de Freud). Stekel afirma haber sido él quien hizo primeramente tal sugestión a Freud, y esto se ve confirmado por la observación de este último de que «el estímulo provino de un colega que había experimentado en sí mismo los beneficios de la terapia analítica». De esta manera se puede conceder a Stekel el honor de haber creado, junto con Freud, la primera sociedad psicoanalítica. De todas maneras tomaron la costumbre, desde entonces, de reunirse los miércoles por la noche para discutir sobre la materia, en la sala de espera de Freud, convenientemente provista, para ello, de una mesa cuadrangular. Se dio a estas reuniones el modesto nombre de «Sociedad Psicológica de los miércoles». Stekel acostumbraba a informar acerca de estas discusiones, semanalmente, en la edición dominical del Neues Wienes Tagblatt.
En el par de años que siguieron, fueron agregándose otras personas a este círculo, si bien a menudo por poco tiempo. Los únicos nombres que cabría recordar ahora son los de Max Graf, Hugo Heller —el futuro editor de Freud— y Alfred Meisl. Más tarde aparecieron ciertos nombres más conocidos: en 1903 fue Paul Federn, en 1905 Eduard Hitschman, presentado por un amigo condiscípulo (de)[*] Federn, en 1906 Otto Rank, que se presentó a Freud con una carta de Adler y el manuscrito de su libro Art and Artist, e Isidor Sadger. En 1907 Guido Brecher, Maximilian Steiner y Fritz Wittels [1], este último presentado por Sadger, su tío. En 1908 Sandor Ferenczi, Oscar Rie y Rudolf Urbantschitsch. En 1909 J. K. Freidjung y Victor Tausk. En 1910 Ludwig Jekels, Hann Sachs, Herbert Silbberer y Alfred von Winterstein.
Los primeros huéspedes de la Sociedad fueron: Max Eitingon, el 30 de enero de 1907, C. G. Jung y L. Binswanger el 6 de marzo de 1907, Karl Abraham, el 18 de diciembre de 1907; A. A. Brill y yo, el 6 de mayo de 1908; A. Muthmann, el 10 de febrero de 1909; M. Karpas, de Nueva York, el 4 de Abril de 1909; L. Jekels, el 3 de noviembre de 1909, y L. Karpinska, el 15 de diciembre de 1909.
En la primavera de 1908 la pequeña Sociedad comenzó a formar una biblioteca. Ésta había llegado a tener proporciones impresionantes en la época en que llegaron los nazis para destruirla, en 1938. En la misma época (15 de abril de 1908), la entidad tomó un nombre más formal: la vieja Sociedad Psicológica de los miércoles se convirtió ahora en la «Sociedad Psicoanalítica de Viena», nombre con que todavía se la conoce.
En los primeros tiempos solía hacerse una velada social en vísperas de Navidad. Esto fue reemplazado más tarde por una reunión más suntuosa, en verano, primeramente en el Schutzengel, sobre el Hohe Warte, en los suburbios de Viena, y más tarde en el Konstantinhügel del Práter.
La Sociedad tenía una característica que quizás deba considerarse como la única. Ilustra tan bien la delicadeza de sentimientos y la consideración de Freud que no dejaré de transcribir íntegramente la circular en la que hacía la proposición que dirigió a los asociados. Estaba fechada en Roma, el 22 de setiembre de 1907.
Deseo informarle a usted que me propongo, al comenzar este nuevo año de trabajo, disolver la pequeña Sociedad que había tomado el hábito de reunirse todos los miércoles en mi casa, para hacerla revivir inmediatamente después. Una breve nota que usted envíe antes del lº de octubre a nuestro secretario, Otto Rank, bastará para renovar su carácter de miembro. Si hasta esa fecha no recibimos información de usted, supondremos que no desea reinscribirse. De más está subrayar lo mucho que me complacería su reinscripción.
Permítame que le exponga el motivo de esta resolución, que acaso le parezca superflua. Bastaría tener en cuenta los cambios naturales en toda relación humana para suponer que para uno u otro de los componentes de nuestro grupo el ser miembro del mismo ya no represente lo mismo que significó años atrás, bien sea porque se haya extinguido su interés en el tema o su tiempo disponible, o bien su forma de vida, ya no le permiten asistir a las reuniones, o, causa de compromisos personales se vea en la inminencia de un alejamiento. Cabe suponer que en tal caso pudiera continuar siendo miembro de la Sociedad, ante el temor de que su renuncia pudiera interpretarse como un acto inamistoso. Para todos estos casos, la disolución de la Sociedad y su posterior reorganización tiene el propósito de devolver a cada uno su libertad de separarse de la Sociedad sin perjudicar con ello sus relaciones con las demás personas de la misma. Debemos tener en cuenta además que en el curso de los años hemos contraído obligaciones (financieras) tales como la designación de un secretario, cosa que estaba totalmente fuera de cuestión en los comienzos.
Si después de esta explicación usted acepta la conveniencia de reorganizar la Sociedad en esa forma, tal vez esté de acuerdo también en que ese procedimiento se repita luego a intervalos regulares, digamos, cada tres años.
Esta manera delicada de aceptar renuncias se repitió, efectivamente, en 1910, pero después nunca más. Pero el procedimiento fue utilizado más adelante por otras Sociedades Psicoanalíticas, por ejemplo la Suiza y la Británica, cuando se quiso restringirlas a cierto número de miembros que fueran serios investigadores del Psicoanálisis.
Los años a que nos estamos refiriendo fueron muy productivos, tanto en lo interno como en lo externo Freud perfeccionaba y refinaba constantemente su técnica, adquiriendo así un dominio siempre creciente del método psicoanalítico. Publicó, aparte de cinco valiosos artículos, principalmente de exposición, un libro en 1901 y no menos de cuatro en los años 1905-1906, uno de los cuales sólo puede considerarse superado en importancia por La interpretación de los sueños. Más adelante nos ocuparemos, en los capítulos que corresponda, del contenido y origen de estos trabajos, pero con objeto de no alejamos del tema de los progresos realizados por Freud hemos de hacer aquí alguna referencia a los mismos.
El año 1905 constituye uno de los periodos culminantes en la producción de Freud, cosa que se repetía, según él mismo observó cierta vez, medio en broma, cada siete años. Aparecieron cuatro artículos y dos libros, uno de estos ultimas de gran importancia.
Uno de los dos libros publicados en 1905 era El chiste y su relación con el inconsciente, que habitualmente es citado, aunque no muy correctamente, como el libro de Freud sobre el ingenio. Este libro, con su título un tanto sorprendente, se ocupa de los mecanismos psicológicos y la significación del ingenio y del humor tal como aparece ilustrado en el campo del chiste. Es el libro menos leído de Freud, quizás por ser el más difícil de captar apropiadamente, pero contiene algunos de sus más delicados pasajes.
Este libro fue escrito al mismo tiempo que el que vamos a citar en seguida, Una teoría sexual. Freud tenía los manuscritos de los dos libros en dos mesas contiguas, y escribía alternativamente en uno o en el otro según su estado de ánimo. Fue la única oportunidad, a lo que yo conozco, en que Freud combinó tan íntimamente la redacción de dos ensayos y ello demuestra hasta qué punto se aproximaban los dos temas en su mente.
El otro libro, que habría de causar una gran sensación y hacer que el nombre de Freud llegara a ser casi universalmente impopular, era Una teoría sexual, uno de los dos libros más importantes de Freud. Allí reunió Freud por primera vez tomándolo de lo que había aprendido en los análisis de sus pacientes y de otras fuentes, todo lo que sabía acerca del desarrollo del instinto sexual a partir de sus primeros comienzos en la infancia. El libro le valió por cierto más odio que cualquier otra de sus obras. La interpretación de los sueños había sido recibida como cosa fantástica y ridícula, pero los Tres ensayos eran cosa chocante y malvada. Freud era un hombre de mente maligna y obscena. Lo que más oprobio mereció, por supuesto, era su afirmación de que los niños nacen con necesidades sexuales, sometidas a un complicado desarrollo que las conduce a tomar su forma adulta habitual, y que sus primeros objetos sexuales son sus progenitores. Esta ofensa a la prístina inocencia de la niñez era imperdonable. Pero a despecho del furor y los insultos de aquel momento, que continuaron durante más o menos dos décadas, el tiempo trabajaba en favor del libro y la predicción de Freud de que sus conclusiones habrían de ser indiscutidas después de un tiempo no está lejos de verse totalmente cumplida. Quien hoy negara la existencia de una vida sexual en los niños correrla el riesgo de ser considerado simplemente un ignorante.
Hacia esa misma época Freud colmó la medida de su torpeza en opinión de la profesión médica al decidirse, luego de cuatro años de vacilaciones, a publicar la historia clínica que generalmente se conoce con el nombre de «Análisis de Dora». Esta fascinante aplicación de! análisis onírico a la dilucidación de un confuso caso de histeria era, una vez más, un producto colateral de La interpretación de los sueños. Pero sus colegas no podían perdonarle la publicación de detalles tan íntimos de la paciente sin el permiso de ésta, y menos aún atribuir a una niña tendencias hacia repugnantes perversiones sexuales.
En 1906, en ocasión de cumplir Freud cincuenta años, el pequeño grupo de sus partidarios vieneses le obsequió un medallón, realizado por un famoso escultor, Karl María Schwerdtner. Llevaba, esculpido en el anverso, en bajorrelieve, un perfil de Freud y en el reverso reproducía un grabado griego que representaba a Edipo en actitud de contestar a la Esfinge. Alrededor de este dibujo llevaba una frase de Sófocles perteneciente al Edipo Rey:
δς τά κλείν’ αίνίγματ’ ήδει καί κράτιστος ήν άνήρ:
Aquel que descifró los famosos enigmas y fue muy poderoso.
Cuando me lo mostró, pocos años después, le pedí que me tradujera la frase, ya que mi griego se hallaba a la sazón bastante deslucido, pero él me pidió, modestamente, que se lo preguntara a otro.
Un curioso incidente se produjo en el momento de ofrecérsele el medallón. Cuando Freud leyó la inscripción se puso pálido y agitado, y con voz estrangulada preguntó a quién se le había ocurrido esa idea. Su actitud era la de quien se encuentra con un revenant, cosa que efectivamente era así. Una vez que Federn le dijo haber sido él quien había elegido la inscripción, Freud reveló el hecho de que, siendo joven estudiante en la Universidad de Viena, solía pasearse por el gran patio y las arcadas y contemplar los bustos de antiguos profesores ilustres de la institución. Se le ocurrió entonces la fantasía, no sólo de ver algún día allí su propio busto, cosa que no tendría nada de notable en un estudiante ambicioso, sino de que alrededor del busto habría una inscripción con las mismas palabras que ahora veía en el medallón.
No hace mucho yo pude realizar aquel juvenil deseo obsequiando a la Universidad de Viena, para ser colocado en el atrio de la misma, con un busto de Freud realizado en 1921 por el escultor Königsberger y que llevaba además frase de Sófocles. El busto fue descubierto en una ceremonia realizada el 4 de febrero de 1955. He aquí un ejemplo ciertamente raro de una fantasía de adolescente que llega a realizarse en todos sus detalles, claro está que ochenta años después.
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