Ir al contenido principal

Claude Lévi-Strauss - La Familia (5/5)


(... continuación de La Familia 4/5)


(4) Los lazos familiares (continuación)

Cuando esto tiene lugar, todo el campo del parentesco se convierte en una especie de juego complicado; la terminología de parentesco se utiliza para distribuir a todos los miembros del grupo en diferentes categorías, de forma que la categoría de los padres define directa o indirectamente la categoría de los hijos(as) y que, de acuerdo con las categorías en las que están situados los miembros del grupo pueden o no casarse entre sí. El estudio de dichas reglas de parentesco y matrimonio han proporcionado a la antropología moderna uno de los capítulos más difíciles y complicados. Pueblos en apariencia ignorantes y salvajes han sido capaces de inventar códigos increíblemente ingeniosos que, en ocasiones, la comprensión de su funcionamiento y de sus efectos requieren algunas de las mentes lógicas, e incluso matemáticas, más brillantes de nuestra civilización moderna. En consecuencia, entre los principios más frecuentes nos limitaremos a explicar los más elementales.

Indudablemente, uno de ellos es la llamada regla del matrimonio entre primos cruzados, que ha sido adoptada por innumerables tribus en todo el mundo. Se trata de un sistema complejo según el cual los parientes colaterales son divididos en dos categorías básicas: «colaterales paralelos», cuando la relación puede trazarse a través de dos germanos (siblings) del mismo sexo y «colaterales cruzados» cuando la relación se traza a través de dos germanos (siblings) de distinto sexo. Por ejemplo, mi tío paterno es un pariente paralelo, al igual que lo es mi tía materna; mientras que tanto mi tío materno como mi tía paterna son parientes cruzados. De la misma forma, los primos que trazan su relación a través de dos hermanos o dos hermanas son primos paralelos, mientras que los conectados a través de un hermano y una hermana son primos cruzados. En la generación de los sobrinos, si yo soy varón, los hijos de mi hermano serán mis sobrinos paralelos, mientras que los hijos de mi hermana serán mis sobrinos cruzados.
Ahora bien, el hecho sorprendente sobre dicha distinción es que prácticamente todas las tribus que la hacen sostienen que los parientes paralelos son la misma cosa que los parientes más próximos situados al mismo nivel generacional: el hermano de mi padre es un «padre», la hermana de mi madre es mi «madre», mis primos paralelos son como hermanos para mí y mis sobrinos paralelos son como hijos. Con cualquiera de ellos el matrimonio sería incestuoso y está, por consiguiente, prohibido. Por otra parte, los primos cruzados son designados mediante términos especiales y es entre ellos que uno debe preferentemente encontrar cónyuge. Esto es cierto hasta el punto de que, con frecuencia, existe un único término que significa, a la vez, «cónyuge» y «primo-cruzado». ¿Cuál puede ser el motivo de dicha afirmación, muy similar entre centenares de tribus diferentes en África, América, Asia y Oceanía, según la cual uno no debiera casarse, en ninguna circunstancia, con la hija del hermano del padre, dado que esto equivaldría a casarse con la propia hermana, y en cambio la esposa más aceptable es la hija del hermano de la madre, es decir, un pariente que en términos puramente biológicos es tan cercano como el anterior?
Más aún. Existen tribus que llevan dichos refinamientos un paso más allá. Algunas piensan que uno no debiera casarse con primos cruzados, sino con sus hijos(as); otras, y éste es el caso más frecuente, no se contentan con la simple distinción entre primos paralelos y primos cruzados, sino que subdividen los primos cruzados entre matrimoniables y no matrimoniables. Por ejemplo, aunque la hija del hermano de la madre es, según las definiciones previas, una prima cruzada en el mismo sentido en que lo es la hija de la hermana del padre, existen en la India tribus fronterizas que creen que sólo una de ellas, distinta en cada caso, es el cónyuge aceptable y que la muerte es mejor que el pecado de casarse con la otra.
Todas estas distinciones (a las que podrían añadirse otras) parecen a primera vista fantásticas porque no pueden explicarse en términos biológicos o psicológicos. Pero, si tenemos en cuenta lo que ha sido explicado en la sección precedente, es decir, que todas las prohibiciones matrimoniales no tienen otra finalidad que la de establecer una dependencia mutua entre las familias biológicas, o para ponerlo en términos más contundentes, que las reglas matrimoniales expresan la negativa, por parte de la sociedad, de admitir la existencia exclusiva de la familia biológica, entonces todo se hace claro. Ya que todo este conjunto de complicadas reglas y distinciones no son más que el resultado de los procesos mediante los cuales, en una sociedad determinada, las familias se relacionan una con otra con el fin de participar en el juego del matrimonio.
Consideremos brevemente las reglas del juego. Dado que las sociedades tratan de mantener su identidad en el transcurso del tiempo, la primera regla que debiera existir es la que determina el status de los hijos(as) con respecto al status de sus padres. La regla más simple posible para este fin, y con mucho la adoptada con más frecuencia, se denomina generalmente regla de filiación unilineal (unilineal descent). Según dicha regla los hijos(as) obtienen el mismo status que su padre (filiación patrilineal) o que su madre (filiación matrilineal). Puede ser también acordado que se tomen en consideración tanto el status del padre como el de la madre y que la combinación de ambos defina una tercera categoría a la que pertenecerán los hijos(as). Por ejemplo, el hijo(a) de un padre que pertenece a un status A y de una madre que pertenece a un status B, pertenecerá a un status C; y el status será D si el padre es B y la madre A. Entonces C y D se casarán y procrearán hijos(as). A y B según la orientación sexual, y así sucesivamente. Cualquier persona con tiempo libre puede idear reglas de este tipo y será sorprendente si por lo menos no pueden hallarse algunas tribus donde se apliquen de hecho cada una de las reglas.
Una vez definida la regla de filiación, la segunda cuestión es saber en cuántos grupos exógamos se divide la sociedad que se considere. Un grupo exógamo es aquel que prohíbe el matrimonio en su interior; en consecuencia, requiere la existencia de por lo menos otro grupo exógamo con el que intercambiar hijos yIo hijas con fines matrimoniales. En nuestra sociedad hay tantos grupos exógamos como familias restringidas, es decir, un número extraordinariamente elevado, y es gracias a este número elevado que podemos confiar en las probabilidades. Sin embargo, en las sociedades primitivas la cifra es por lo común mucho menor; por una parte porque el grupo es pequeño y por otra porque los lazos familiares van más allá de lo que van usual y habitualmente entre nosotros.
Nuestra primera hipótesis será la más simple posible: filiación unilineal y dos grupos exógamos A y B. En este caso la única solución es que los hombres de A se casen con las mujeres de B y los hombres de B se casen con las mujeres de A. Un caso típico sería el de dos hombres, A y B respectivamente, que intercambiaran sus hermanas, de modo que cada uno de ellos pudiera procurarse una esposa. El lector no tiene más que tomar papel y lápiz para construir la genealogía teórica que resultaría de dicho ordenamiento. Cualquiera que sea la regla de filiación, germanos (siblings) y primos paralelos caerán dentro de la misma categoría, mientras que todos los primos cruzados caerán dentro de categorías opuestas. En consecuencia, sólo los primos cruzados (si los que participan en el grupo son 2 o 4 grupos), o los hijos(as) de los primos cruzados (si jugamos con 8 grupos, ya que seis es un caso intermedio) satisfacen los requisitos iniciales de que los cónyuges deben pertenecer a grupos opuestos.
Hasta el momento no hemos considerado más que grupos ligados por parejas: 2,4,6, 8. Los grupos sólo pueden presentarse en números pares. Pero, ¿qué sucede si la sociedad se compone de un número impar de grupos intercambistas? De acuerdo con la regla precedente uno de los grupos quedará aislado, es decir, no podrá establecer una relación de intercambio con otro grupo. De ahí la necesidad de reglas adicionales que puedan utilizarse ya sea par o impar el número de elementos.
Hay dos maneras de resolver dicha dificultad. El intercambio puede seguir siendo simultáneo y convertirse en indirecto o seguir siendo directo a expensas de convertirse en sucesivo. El primer tipo corresponde al caso en que A da sus hijas a B, B a C, C a D, D a n...  y finalmente n a A. Una vez completado el ciclo cada grupo ha dado y ha recibido una mujer, si bien el grupo al que se dan mujeres no es el mismo que el grupo de donde se reciben. En este caso, papel y lápiz demostrarán que los primos paralelos pertenecen siempre al grupo propio, al igual que los hermanos y las hermanas, y que según la regla uno no puede casarse con ellos. Con respecto a los primos cruzados aparece una nueva distinción: la prima cruzada por el lado materno (la hija del hermano de la madre) pertenecerá siempre al grupo matrimoniable (A a B, B a C, etc.), mientras que la del lado paterno (la hija de la hermana del padre) pertenecerá al grupo opuesto (es decir, al grupo al que mi grupo da mujeres, pero del que no recibe ninguna B a A, C a B, etc.).
La alternativa sería conservar el intercambio directo, pero en generaciones consecutivas; por ejemplo, A recibe una mujer de B y devuelve a B la hija de dicho matrimonio para que se convierta en la esposa de un hombre de B en la generación siguiente. Si conservamos nuestros grupos ordenados en forma de serie: A, B, C, D, n... la pauta general será que cualquier grupo, digamos C, da a D y recibe de B en la primera generación, mientras que en la generación sucesiva reembolsa a B y es reembolsado por D y así indefinidamente. Aquí el paciente lector hallará de nuevo que los primos cruzados son clasificados en dos categorías, pero en esta ocasión de forma invertida: para un varón, el cónyuge apropiado será siempre la hija de la hermana del padre, quedando la hija del hermano de la madre en la categoría «equivocada».
Estos son los casos más simples. En diversos lugares del mundo existen todavía sistemas de parentesco y reglas matrimoniales que no han recibido una interpretación satisfactoria; tales son el sistema ambrym de las Nuevas Hébridas, el sistema murngin del noroeste de Australia y todo el complejo norteamericano que se conoce por el nombre de sistemas de parentesco crow-omaha. Indudablemente, para explicar estas y otras reglas, se deberá proceder como aquí hemos hecho, es decir, se deberán interpretar los sistemas de parentesco y las reglas matrimoniales como encarnación de la regla de un tipo de juego muy especial que consiste en que grupos consanguíneos de hombres intercambien mujeres entre sí; en otras palabras, estableciendo nuevas familias con las piezas de las ya existentes, que deben destruirse para dicho propósito.
La lectora que se siente horrorizada al ver que las mujeres son tratadas como mercancía sometida a las transacciones controladas por grupos de hombres, puede consolarse fácilmente con la seguridad de que las reglas del juego no cambiarían si consideráramos grupos de mujeres que intercambian hombres. De hecho, unas pocas sociedades, de tipo marcadamente matrilineal, han tratado de expresar las cosas de esta forma, por lo menos hasta cierto punto. Desde una perspectiva diferente (en este caso ligeramente más complicada) ambos sexos pueden consolarse pensando que las reglas del juego podrían formularse diciendo que se trata de grupos consanguíneos compuestos de hombres y mujeres, dedicados a intercambiar lazos de parentesco.
La conclusión importante que conviene retener es que de la familia restringida no puede decirse ni que sea el átomo del grupo social, ni tampoco que resulte de este último. Lo que sucede es que el grupo social sólo puede establecerse en parte en contradicción y en parte de acuerdo con la familia, ya que con el fin de mantenerla sociedad a través del tiempo, las mujeres deben procrear hijos(as), gozar de la protección de los hombres durante el embarazo y la crianza y se requiere un conjunto preciso de reglas para perpetuar a lo largo de generaciones la pauta básica de la fábrica social. Sin embargo, el interés social fundamental con respecto a la familia no es protegerla o reforzarla: es una actitud de desconfianza, una negación de su derecho a existir aislada o permanentemente; las familias restringidas sólo están autorizadas a gozar de una existencia limitada en el tiempo —corta o larga según las circunstancias— pero bajo la condición estricta de que sus partes componentes sean desplazadas, prestadas, tomadas en préstamo, entregadas o devueltas incesantemente de forma que puedan crearse o destruirse perpetuamente nuevas familias restringidas. Así, la relación entre el grupo social como un todo y las familias restringidas de las que parece estar formado, no es una relación estática, como sería la de la pared con respecto a los ladrillos de que está compuesta. Se trata más bien de un proceso dinámico de tensión y oposición con un punto de equilibrio que es extremadamente difícil de alcanzar, dado que su posición exacta está sometida a infinitas variaciones de una época a otra. Pero la palabra de las Escrituras: «Dejarás a tu padre y a tu madre», proporciona la regla de hierro para la fundación y el funcionamiento de cualquier sociedad.
La sociedad pertenece al reino de la cultura, mientras que la familia es la emanación, al nivel social, de aquellos requisitos naturales sin los cuales no podría existir la sociedad y, en consecuencia, tampoco la humanidad. Como dijo un filósofo del siglo xvi el hombre sólo puede superar a la naturaleza obedeciendo sus leyes. Consiguientemente, la sociedad ha de dar a la familia algún tipo de reconocimiento. No es sorprendente, pues —como los geógrafos han observado también con respecto al uso de los recursos naturales de la tierra— que el mayor grado de acatamiento de las leyes naturales se acostumbra a dar en los dos extremos de la escala cultural: entre los pueblos más simples y entre los pueblos más civilizados. Sucede que los primeros no pueden permitirse el lujo de pagar el precio de una desviación demasiado pronunciada, mientras que los segundos se han equivocado suficientes veces como para comprender que el sometimiento a las leyes naturales es la política más apropiada a seguir. Esto explica por qué la familia restringida, monógama, relativamente estable y pequeña parece recibir mayor reconocimiento en los pueblos primitivos y en las sociedades modernas que en las sociedades situadas a niveles intermedios. Sin embargo, esto no es más que un ínfimo cambio de posición del punto de equilibrio entre la naturaleza y la cultura y no afecta el cuadro general que hemos ofrecido en este ensayo. Cuando uno viaja despacio y con gran esfuerzo, los descansos debieran ser largos y frecuentes. Y cuando a uno le es ofrecida la posibilidad de viajar a menudo y rápido, uno debiera, aunque por razones diferentes, parar y descansar a menudo. Cuantos más caminos existan es mucho más posible encontrar cruces. La vida social impone sobre los stocks consanguíneos de la humanidad un viaje incesante de una parte a otra; la vida familiar es poco más que la expresión de la necesidad de aflojar la marcha en los cruces y tomar la oportunidad para descansar. Pero las órdenes son de continuar la marcha. Y no puede decirse que la sociedad esté compuesta por familias de la misma forma que no puede decirse que un viaje esté formado por las paradas que lo descomponen en una serie de etapas discontinuas. En conclusión, la existencia de familia es, al mismo tiempo, la condición y la negación de la sociedad.
_

Comentarios

Entradas populares de este blog

Antichrist - Un estudio psicopatológico (5)- Conclusión

En este trabajo he procurado reconstruir la psicopatología de ella, y lo he hecho a través de un eje temporal lineal. En este recorrido hemos encontrado una personalidad narcisista escindida, con un sustrato psicótico, que ante la amenaza de separación, y ante la dificultad para construir(se) una alternativa identitaria, desemboca en un episodio alucinatorio y un delirio de maldad megalomaníaco por una parte y en un frágil yo narcisista por otra que coexisten hasta que finalmente, esta última, cede paso a la explosión psicótica delirante de la vuelta a “Edén”.